lunes, 17 de septiembre de 2018

Perdido todo el día por una isla

Una isla dentro de una isla en la que estoy, perdido durante todo un día, probando varios granizados de limón, porque en este país los granizados de limón están buenos, o porque en este país no puedo estar más de cinco minutos fuera de un edificio con aire acondicionado sin deshidratarme, no lo sé. Estoy en una isla, unida por un pequeño puente, que está unida a otra isla más grande, una isla a la que probablemente no volveré, pero que de momento constituye uno de mis hogares, de esos hogares que únicamente lo son un rato, esos hogares que son parciales, efímeros pero míos, solamente míos, porque por una noche los pagué.

Flanqueado por una catedral

Estoy sudoroso mientras escribo, como estoy sudoroso mientras camino, mientras hablo, mientras pienso o mientras existo, en este país en el que en todos sitios el calor me persigue, aunque intente evitarlo de todas las maneras posibles. A mi lado, beben agua en silencio, acaban con el planeta poco a poco en chupitos de plástico, por todos lados chupitos de plástico dejarse no degenerar jamás. La música, no la entiendo, pero la escucho muchas veces, tantas veces la misma música que al final pensarías que la entiendes, y me he parado a escribir en unos soportales en los que, por un momento, pareciera que no ataca el sol, cruel e impenitente, que asola esta isla a medio camino entre mi continente y el otro del sur, salvaje, y agreste, que me da miedo.

jueves, 17 de mayo de 2018

Diapositivas, veinte, o unas pocas más

Hubo un tiempo en mi vida en el que odié las transparencias por encima de cualquier cosa. Ya no se ven demasiadas transparencias, fuera del inefable mundo de la moda, me refiero a las otras, las que acompañaban al proyector, gigante, que algunos profesores de universidad, al menos en mi época, traían a cada una de sus master class, como suelen llamarse habitualmente. En el momento en el que se ponía la transparencia, el profesor comenzaba a hablar, y había que copiar con una velocidad que nunca he tenido, intentando evitar que la transparencia desapareciera, y fuera sustituida por otra, perdiendo en el proceso una información fundamental para poder aprobar el examen, en aquel momento lejano, pero de repente tan cerca. En fin, odiaba las transparencias.

Cada una de las veces que me veo

Cada una de las veces que me veo, me doy cuenta que no soy yo, que es otro señor, diferente, el que me está mirando, el que me vigila desde el otro lado. Puede ser en ocasiones desde una superficie bruñida, como cuando no existían los espejos, una bandeja de horno, una jarra de latón como las que hay muchas en el barrio, prestas a terminar con la sed de los habitantes del pueblo. En otras, puede ser desde el borde cristalino del estanque, una figura que no se parece a mí, aunque sea igual que yo, aunque finja ser mi reflejo. Incluso alguna vez puede ser que me pase enfrente de un espejo, la superficie reflectante más perfecta conocida por el hombre, no superada por ningún tipo de superficie, y sigo viéndome aún así, extraño, desconocido, aunque todo el mundo opina lo contrario.

martes, 8 de mayo de 2018

La ignorancia, y el miedo a los ignorantes

A veces, es difícil no encontrar, a lo largo de una vida, o de varias, todas juntas, algún ignorante que nos intente hacer el camino un poco más complicado, un poco más hostil. Este ignorante, que la mayor parte de las veces va a ser solamente uno, pero muchas veces seguidas, incluso varias veces en el mismo momento el mismo ignorante, será un ser que podríamos definir como odioso, por usar una palabra concisa y acabar definitivamente con la entrada del blog, pero que se presta más a una definición un poco más extensa, que nos permita regodearnos en el concepto, en la definición de todo lo que implica ser un ignorante, incluyendo adjetivos peyorativos adyacentes, que siempre tendremos ganas de añadir al concepto de ignorante, y que por lo tanto, pasa a ser algo más que un concepto, siendo una parte de nuestras vidas, aunque nos joda que nuestras vidas se conviertan en algo peor por nuestro particular ignorante.

lunes, 7 de mayo de 2018

Cuando me quedo sin fuerzas, y apenas me doy cuenta

Hoy al empezar a escribir, prácticamente dos meses después de la última vez, aunque no lo parezca viendo las fechas de publicación, me encuentro rodeado de enemigos, de presencias hostiles, de ruido y de mucho más ruido, aunque el ruido es intermitente, aunque el ruido es infernal pero intermitente, y creo que no voy a ser capaz de concentrarme, si sigue sonando continuamente el Whatsapp, o las tonterías que hoy están pasando a mi alrededor, y que solamente hoy no soporto de ninguna de las maneras.

Un viaje en tren que no sabe cómo terminar

Hay un traqueteo leve pero molesto para teclear, y un ruido sordo que asoma entre falsetes de Lori, no escucho mucho últimamente, pero tal vez el aleatorio, quizás sí. Afuera no se observa nada, porque ya nos engulló otra vez, otro día, la oscuridad, sin vampiros esta noche, sin otras emociones, sin miedo a la muerte ni a la pérdida, solo oscuridad, y aquí dentro, rodeado de toda esta inmensa cantidad de gente, contando el perro que no puede parar a mear por la calle, toda esta maraña de almas mal forjadas un lunes por la noche en el canal masculino líder de la franja de emisión, que no conozco, que no me importan, aunque tantos vayan al mismo sitio que yo, a un norte que echo de menos, por la lluvia, por el viento, por el cielo gris, y si consideramos que no es ese norte que tanto echo de menos, tan de vez en cuando, tan de tanto en tanto, tan de ti en otros momentos en los que me siento a ver llover a través de un cristal, a través de un caleidoscopio, y con un poco de suerte, desde abajo de una gran tromba de agua, sin con más suerte, aquel día no llevo las gafas puestas.

martes, 6 de marzo de 2018

El piso de arriba que no es un piso, pero medio

Enfrente de El Joker, porque los nombres propios permanecen con el articulo muy adherido a cada uno de ellos, un poco como si todavía estuviésemos en Cataluña, como si no nos hubiésemos fragmentado poco a poco, como si ya no nos odiásemos todos como nos odiamos ahora tanto, me siento a escribir en una silla, que poco a poco, tratando que no me dé cuenta, comienza a moverse un poco hacia atrás. Muy lejos quedó la protección de una alfombra de colores que ahora, guarecida de la lluvia, se moja de olor a humedad de ropa vieja, pero no frita, solamente vieja. Tan lejos como el mal recuerdo de haber cambiado de guarida, de no querer cambiar más al menos por un tiempo, me he ganado el tiempo de por lo menos, abrir la nevera y abrir otra más, venga, va, una por el Brexit.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

El inescribiente

El otro día, un amigo me dijo que ya no escribía, algo así como que ya era todo diferente, que me había acostumbrado a otro tipo de vida. No le conté, al menos en ese momento, a lo mejor ahora por aquí, a lo mejor en otro momento en una barra de un bar, o en la barra de una cocina americana o semiamericana, no le conté que escribo cada uno de los días de mi vida últimamente, que el trabajo no me da lo suficiente, y lo tengo que llenar con historias, con otras historias diferentes que signifiquen más, que me importen más, que me den más. No le conté que he creado nuevos cuentos que no he enseñado a casi nadie, o que me empeño en seguir pensando otros cuentos, que pasen en mundos muy diferentes al mío, porque el mío no da para más de lo que da, y no le conté que después de tanto tiempo, siguen leyendo mi blog como mucho siete personas cada día, quizás llego a meterme dos veces, y lo hago sin delatarme, y sin darme cuenta.

El miedo a que todo continúe siempre siendo igual

Últimamente no escribo todo lo que me gustaría escribir, será porque no tengo la constancia que debería tener para hacerlo diariamente, ya no en este cuaderno de casi noventa páginas, que todos los días se haría incluso demasiado pesado para ninguno de los que no lo leen, sino en todo lo demás, cuando Todo va con una letra mayúscula que pretende darle una importancia que no tiene, que nunca tuvo. Para todos los demás, al menos.

Mientras estoy sentado en la cama

Escribo, mientras estoy sentado en la cama, como se escribía antiguamente, pero en otros sitios, en los sitios desde donde escribo líneas últimamente, de izquierda a derecha, también aquí desde hace algún tiempo, después que quemasen todo lo demás y solo dejasen unos cuantos templos en pie. Escribo mientras estoy sentado en la cama, y todavía no consigo tomar la postura correcta, esa de la espalda completamente recta que me alivie todos los dolores de mañana, todas las quejas para llevar la mochila de lo de parar La Luz, y de a poco voy adoptando una cierta figura casi de Quasimodo amateur, o semiprofesional.

jueves, 19 de octubre de 2017

Quién soy

De nuevo, en el mismo asiento que todos y cada uno de los días, otra vez, después de tanto tiempo sin escribir retazos de ideas, de sueños y de nada, de nuevo, en exactamente el mismo sitio que hace demasiado.

lunes, 15 de mayo de 2017

Un santo y las fiestas de un pueblo desconocido

Oigo algún llanto que aparece como desde lejos, pero sé que está muy cerca, quizás a unos pocos pasos, pero lo amortiguo como amortiguo la música de pachangueo de los altavoces, de dos mil vatios, si fueran dos mil vatios, si pudieran ser dos mil vatios, si fuera verdad, si todo a mi alrededor pudiera ser verdad, y ya no mentirme nunca, ya no seguir mintiéndome.

Una noche en un pueblecito pesquero, tan cerca del mar

Después que se terminaran los interminables estornudos, no consigo diferenciar si fruto de una alergia, de las mil que me pueblan, o un incipiente resfriado, que también tengo unas defensas dignas de fallar, aquí yazgo sentado al sol, al raro sol que solo sale de vez en cuando, que solo me mira en este norte que es igual de salvaje que el norte otro, el que me hacía caso durante tres años muy importantes en mi vida, pero que es diferente, tiene otro acento u otras terminaciones al final de cada una de las palabras. Después de dormir hoy muy mal, de levantarme muchas veces, y de amanecer ligeramente noctívago, no demasiado, pero sí un poco, o al menos un Síndrome de Amparo que me recuerde tiempos peores, o mejores, después del primer trago de café, de esparcir, que no untar, mantequilla sobre las tostadas aunque piense que tengo que dejar de tomar mantequilla, aquí yazgo, de nuevo, con música cubana de fondo y por delante, por todos sitios, pensando en estos últimos días, en estos últimos rincones por los que vagué, errando sin ton ni son, empanado como aquellos filetes enormes ungidos en aceite de gladiador.

viernes, 28 de abril de 2017

La ciudad anclada en el tiempo

Hoy, que he cambiado de ciudad, y no es tan tarde como lo era ayer, y sobre todo ahora que estoy dándole la espalda a una estación de tren tan antigua, esperando que vuelva una camarera para darme mi último vaso de vino en este país, reflexiono lentamente, como me gusta reflexionar a mí, sobre esta ciudad, a la que vine sin propósito esclarecido, como sin darme cuenta apenas, atraído por un nombre o por una imagen, de esas que en la cabeza están difuminadas por el aroma de la ignorancia, y la verdad, dentro de mi ignorancia, no puedo negar que me ha gustado, mucho, es cierto.

Coltrane comprando acciones de una Bolsa de patatas

He podido pararme por un momento, por primera vez desde que estoy en esta ciudad, tan lejana, tan diferente, pero tan igual, tan llena de vez en cuando y tan vacía cuando sale el sol, porque aquí no, aquí el sol no se pone por Schweppes, no. Estoy sentado en la plaza de una Ópera que no me gusta escuchar, rodeado por andamios, y como se llamen los elementos que van delimitando cada una de las zanjas de la plaza, y en este sitio, todavía camina la gente con un poco de miedo, amedrentados por una raza que forma parte de ellos, desde hace ya muchas generaciones, inexplicable de repente, después de tanto tiempo, falso crisol, ya no de culturas, de nada.

martes, 21 de febrero de 2017

Una renovada afición, de unos días que eran otros

Ayer, publiqué otra entrada, en otro blog, uno que no se ve por estos lares, uno que no se puede visitar sin invitación, que pregona reuniones clandestinas, donde expongo mis ideas menos locas, porque las más locas están en este, y sobre todo, donde reavivo mis ganas de ver un poco de cine.

lunes, 20 de febrero de 2017

Folletines por fascículos, que no hay que leer

Últimamente, leo mucho más, y devoro libros como el monstruo en el que solamente en ocasiones consiento en convertirme.

Un santo en la orilla de una bahía

Recuerdo una porción de mar, guarecida del viento, que en ocasiones, podía ver durante un tiempo, aunque fueran solamente dos días, en la mayor parte de las visitas, alguno de esos sitios que guardas en la memoria, que gustas de volver a ver cuando ya ha pasado un tiempo relativo, uno de esos sitios, que significan muchas cosas, más de las que habitualmente significa todo lo demás, un lugar donde has vivido ciertas vidas, ciertas memorias que no puedes sacar completamente de la cabeza, ciertos caminos de un suelo embaldosado y blanco, un suelo que hace un ruido como de olas de mar chocando contra el muro que pasa por debajo, cuando hay luna llena, y la marea acecha como puede acechar en una bahía cerrada donde hay piratas atracando, y un peñón, donde algún día, quisiera ir nadando, si me acordase de cómo era eso de nadar.

miércoles, 15 de febrero de 2017

El odio, y la música americana

No sabía muy bien cómo escribir las palabras hoy, que son más políticamente incorrectas que otros días, pero por más dolidas sobre todo, más dañadas que otras veces, y no me había dado cuenta de todo esto hasta hace demasiado poco tiempo, viviendo como vivo últimamente en un cambio permanente, inatento a todo lo que sucede a mi alrededor, dejando que todos los problemas de verdad que hay en la vida, pasen inadvertidos en torno a mí, dejando que resbalen por mis hombros , agua de lluvia que moja, pero no nutre ni riega el suelo en el que cae. Me doy cuenta ahora, y me siento un poco deleznable, un poco mala persona, pero seguro que soy mucho más que eso, reflexiones profundas de un consumado capitalista por derecho y casi por convicción.

lunes, 23 de enero de 2017

Una sala de cine con mil almas perdidas

Cuando entro a la sala, está todo completamente a oscuras, no consigo ver nada hasta que un poco, pero sólo un poco, se me adaptan las pupilas a la casi completa falta de luz; no está encendida todavía la blanca pantalla, que sé que es blanca, solamente porque lo intento suponer, solamente porque me lo dice la experiencia, de todos los cines diferentes a éste a los que he ido, y aún así, casi no soy capaz de saber cuál es mi fila, excepto por unas pequeñas luces rojas reflectantes, que me indican a mí, y sólo a mí, el camino que tengo que seguir, mi pista de aterrizaje, que es ésa, y nada más que ésa.

martes, 17 de enero de 2017

La tristeza amarga de un hombre solitario

Al principio del camino, no como siempre que era al final, ya me doy cuenta que camino solo, solo con sin tilde, que todo da igual, pero camino solo un camino que desconozco por completo, inhóspito, lleno de trampas y de horrores, pero no consigo dejar de dar pasos hacia delante, sabiendo que no tengo ninguna razón para darlos, sabiendo que no sé qué es lo que me espera, cuál es el monstruo final, si podré derrotarlo, si podré derrotarme, si me rendiré o no ante la evidencia, de recorrer sin poder, un camino, solo con sin tilde, da igual, pero sobre todo, ante todo, triste, bastante triste, bastante apagado mientras nace gente a mi alrededor, se pulsan teclas rojas que paralizan por un momento el mundo de titos malignos ajados por las canas y la grasa, y solo, solitario me siento al final del día delante de un papel negro para escribir con tiza, que camino un sendero lleno de horrores, y que no tengo nadie que lo camine a mi lado.

lunes, 16 de enero de 2017

Nuevos tiempos, nuevas organizaciones

En definitiva, que los tiempos han cambiado, que a partir de ahora todo pretende ser diferente, pero se va a quedar en lo mismo que era hasta ahora, y así seguimos, creyendo que podemos cambiar un mundo que permanece inalterable para el resto del tiempo que nos queda en él, y en vez de seguir intentando cambiarlo, me siento aquí a ver pasar el tiempo, a escribir sobre nada, porque nada es lo que ha pasado, porque sigo en el sitio donde nunca pasa nada de la canción.

domingo, 15 de enero de 2017

Por la ventana, la galería y aquel parque abandonado

Miro por la ventana sin demasiado propósito, por ver pasar el tiempo, por dejar pasar varias de las vidas que malgasto de vez en cuando, miro por la ventana, porque lo hago desde pequeño o desde viejecito, siempre, mucho rato al día, como el que mira por una pantalla de un ordenador, por una pantalla de un cine que está muy oscuro, intentando ver qué es lo que hay al otro lado, qué le depara la vida que viven otros desde ese otro sitio, miro por la ventana, con la intención de ver otras vidas, no las otras las mías, sino las otras, las de los otros, ésos que no soy yo, que no conozco y que jamás conoceré.

El primero de unos cuantos, si puedo esperar algo

Hoy se me ha hecho tarde, y me siento escuchando de lejos una melodía diferente a la que suelo escuchar cuando me siento a escribir, no demasiado a menudo delante de este ordenador, pero la experiencia me gusta, por primera vez, mío, mi despacho, un sitio donde nadie más que yo y mis prendas secándose pueden entrar, y quizás Guybrush o quien sea quien me vigila la espalda mientras me dedico a no escribir sobre nada, como suelo hacer siempre.

jueves, 12 de enero de 2017

Sobre los monstruos de hierro

Poco a poco, va terminando la semana, sin que apenas nadie se dé cuenta, y yo voy cambiando de hábitos, porque acostumbrarme a cosas siempre me pareció una idea terrible. Hoy me levanté más tarde de lo normal, quizás el agobio de tener que cumplir casi con una obligación, entallada en el borde del pasillo de mi casa, y no quise ir al trabajo de la misma manera que voy todos los días. Y de repente, aunque tardé más, el tren.

miércoles, 11 de enero de 2017

De nuevo repetir lo viejo

Ha vuelto a pasar mucho tiempo, tiempo perdido como tantas otras veces, excusado por la falta de espacio, por la propia falta de tiempo que no es verdad, pero que yo me creo, por la falta de muebles, por la falta de computadora, por la falta de todo lo que me hace falta, teóricamente, para escribir. Y sin embargo, en realidad es porque he vuelto a no hacer nada, he continuado no haciendo nada, todos estos días, todas estas semanas, y debería haber vuelto a empezar a escribir otra vez, por eso de que siempre digo que me hace sentir vivo, pero debe ser una mentira horrible como las que gasto siempre, debería haber vuelto a sacar la mochila que ahora permanece agarrada a una torre naranja que otros han usado más que yo, que a otros les ha resultado más útil.

domingo, 4 de diciembre de 2016

En una casa desconocida, en un sueño inhóspito

Amanezco en sitios que no conozco en absoluto, amanezco desnudo y aterido, olvidado y sobre todo perdido, muy perdido, porque ya no alcanzo a ver el camino ése que teóricamente tenía que estar embaldosado con preciosas y amarillas baldosas, pero ya no, ya no lo veo, y me despierto con un poco de miedo, con mucho miedo a que todo lo que pasó en el sueño se convierta en realidad, a que siga siendo un sueño, a que todo sea un sueño, a permanecer en este hoyo donde no se puede ver nada a lo lejos, ni siquiera un camino de baldosas amarillas que me devuelva a Kansas de una puñetera vez.

De regreso a algún sitio

Pero solamente me quedaré un rato, únicamente un poco de tiempo, como para darme cuenta que todavía soy de aquí, todavía pertenezco a algún mundo que llamar hogar, aunque un poco más tarde, me dé cuenta que lo único que hago es tomar café solo, muy solo, rodeado por miles de personas que no son nadie para mí.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Catorce acordes de un laúd, y algunas palabras que no conseguí entender

De golpe, sin ningún aviso previo, la sala oscurece, o no sé si ya estaba oscura desde el principio, desde antes de llegar yo, desde antes de ser yo. Prácticamente no consigo ver nada, más que un letrero ligeramente borroso al fondo, serán las gafas o seré yo, porque quizás es la lentilla derecha, que se empeña en moverse y en llenarse de suciedad, pero en el fondo da igual, porque es ligeramente borroso y será la cámara del móvil para la foto compartida en un grupo de whatsapp, seguro que sí. No se ve nada, y debajo del letrero, un leve resplandor azulado, saliendo de debajo de un monstruo negro, un monstruo de dientes blancos y negros, con su gran boca abierta, dispuesto a devorarme, inquietante, siniestro, y me intriga. Monstruos de los que ya no se esconden dentro de los armarios, ni debajo de las camas, de los que no caminan por la noche, ni tienen miedo de nada.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Y los monstruos salen a caminar

Es por eso por lo que me gusta tanto la noche, por lo que me ampara, y no es más, que porque los monstruos salen a caminar. La noche es un sitio más callado, más tranquilo, más recogido, más íntimo, donde los monstruos pueden reposar, pueden pasear, sin miedo, sin miedo al resto de nosotros, que somos mezquinos, que somos crueles, o que somos, fundamentalmente y por encima de todo, somos monstruos.

Por el Paseo de los Tristes me fui a perder

Estoy en muy buena compañía, porque me acuna Dharef, que se mece en su laúd, me rodea un acento andaluz que apenas ya comprendo, de más al este que la última vez, de más cerca de mi verdadera tierra, la original, no la adoptada, no la comprada, bebo una cerveza, que no es la que querría, pero que prácticamente está congelada, y allá al fondo, el palacio rojo, y no creo que sea capaz de pedir nada más en mi vida ahora mismo, excepto alguien, quizás excepto alguien, y tal vez a eso no tenga derecho real, o no sea el rey quien lo pueda pedir.

La boca de tormenta está triste, porque en Madrid, nunca llueve

Y fue justo antes de llover, y perdí mi camino y de repente, todo vuelve a estar mojado, y aquellas bocas de tormenta, pequeñas y perdidas, solas se quedaron atragantadas de bocanadas y bocanadas de algo que no supieron definir, un líquido del que no se acordaban, un fluido antiguo que caía del cielo, sólo, únicamente, para dejarnos conducir, y en el fondo, mientras vivo de prestado, me da pena que sea así, me dan pena las pobres bocas de una tormenta, que no sé si pasará.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Sobre el aparato que decidió no funcionar

Espero que vengan a recogerme, pero en vez de simplemente esperar, quería hacer algo más, y esta vez no quería escribir, aunque esté escribiendo, esta vez lo que quería era sentarme enfrente de dibujos en blanco y negro o en color, y juguetear un poco con sus colores, con sus puntos de vista, con sus miedos y con sus fortalezas, y no quedarme aquí encerrado en mis frases de siempre, en mis subjuntivas y en mis coordinadas copulativas; pero claramente no debo haberlo conseguido, porque aquí me veo, que no me ve nadie más que yo, sentado con los pies cruzados en una mesa circular, aislado del mundo con los auriculares que solamente me dejan escuchar de fondo un leve rumor que me advierte que la humanidad, todavía no se ha extinguido.

martes, 30 de agosto de 2016

De cuando los cántabros perdieron todas sus guerras

El café reposa sobre la mesa, demasiado caliente como para beberlo, incluso para mí, que acostumbro a cenar cáncer según la Organización Mundial de la Salud. Sólo pude darle un trago, y más bien lo podríamos definir como un mísero sorbo, y ahí quedó, apartado encima de la mesa mientras tecleo, mientras vuelvo a estar vivo, como aquel poema que no me gustó demasiado en su forma, pero algo más en su fondo. Me gustaría tener valor para tomar una foto justo en este momento, en el que tengo en la mesa de enfrente a tres aborígenes cántabros charlando desenfadadamente. No les importa lo que pase a su alrededor, no les importa nada más que pasar este día de fiesta, porque es un día de fiesta, aunque a estos jubilados ya las fiestas no les importen, ni mucho ni poco. Una de las mejores cosas que tiene envejecer, o que parece tener envejecer, es la capacidad de discutir sin absolutamente ningún límite con tus colegas, sobre temas tan diversos como un cruce hacia Torrelavega, como las fiestas de este año, y quizás, y sólo quizás, como quién será el extraño de las gafas de sol, que estrafalario, teclea en una tablet al otro lado de la calle peatonal. De vez en cuando, otra nueva incorporación al grupo, pero esta más transitoria, un taco y poco más, esboza una sonrisa y continúa su camino. No todo el mundo tiene tanto tiempo como este grupo de amigos, como este grupo de hermanos, a saber cuántos años, compartiendo las mismas anécdotas, fingiendo que no las han escuchado cientos de miles de veces.

sábado, 13 de agosto de 2016

De monstruos mitológicos, de mis miedos, y de todo lo demás

Escribo mientras estoy sentado en el asiento del copiloto de un coche que no conozco del todo. Un coche, que me resulta en parte, o del todo, un poco extraño, un poco inhóspito, un poco hostil, quizás por el hecho de ir en el asiento del copiloto, cuando lo que debería hacer es ir conduciendo y no quedarme aquí sin hacer nada, o haciendo esto, que por otra parte, no hacía desde hace muchísimo tiempo. Más de la cuenta.

Y por eso sentarme en el asiento del copiloto, a buscar mis quinientas palabras, o si eso de las quinientas palabras fuese verdad, o no lo fuese, y no importase en realidad, y lo único que importase, fuesen los kilómetros por delante, las palabras por rellenar, y los monstruos mitológicos más lindos que seamos capaces de encontrar.

En estos momentos, apenas me acuerdo del trauco, que secuestraba muchachas, que siempre eran vírgenes o fingían serlo, al acecho o el amparo de la umbría oscuridad del bosque chileno, o aquel barco rellenado con cientos de piratas algunos más fantasmas que otros piratas menos fantasmas, apenas me acuerdo de todos y cada uno de los seres maravillosos que encontramos a lo largo de un camino, del último gran viaje que aquel chico y yo nos dignamos a hacer, antes de continuar con nuestras vidas y no vernos nunca más, al menos, nunca menos.

Pero mientras a los lados de la carretera, las montañas nos guarecen, y los árboles, tímidos al principio, poco a poco convirtiéndose en más valientes, van apareciendo y contándome que nos tienen envidia de no poder viajar, de no poder acompañarnos en un camino que es siempre diferente, que no sabemos hacia dónde va, mientras va apareciendo Galicia enfrente de mis ojos, puedo y debo recordar a los otros, a aquel lobo de Santiago que protegía caminantes, de los seres que son mitad peces y mitad humanos, cubiertos con escamas.y esperando a algún pescador que esté lo suficientemente distraído como para mirar demasiado por la borda, y poder arrebatarle ese alma que no supo valorar cuando aún era capaz de continuar respirando.

No sé si me dejarán visitar a los mouros, y si me dejarán llorar de noche con aquel duende que atizaba con un hierro a las nubes, o si compartiré algo de pulpo con otro poco de pimentón y algún cachelo con meigas, porque haberlas, haylas. No sé si conoceré seres mitológicos como los que aparecen en mi diccionario, que no consigo entender del todo, no sé si siquiera avistaré alguno de esos pequeños maravillosos y locos seres, pero lo que sí, sé, es que no podré dejar de buscarlos, ni tan siquiera por un momento, ni tan siquiera por un segundo.

A punto de alcanzar las frontera psicológica de las quinientas palabras, se me acaban los trozos de realidad, y comienzo a ficcionar aspectos de mi vida que daba por sentados, y que ahora doy por de pies.

Seguiré, pero solo por la única razón que no sé cómo parar, aunque siempre esté parado, aunque nunca esté en movimiento, mi feliz no parar. Nunca.




miércoles, 1 de junio de 2016

Los días que no pude emigrar a América

Hubo unos días en mi vida, en los que no pude emigrar hacia América, y últimamente los recuerdo con más intensidad que nunca, porque me gustaría repetirlo, pero no repetir el no poder emigrar.

jueves, 26 de mayo de 2016

Uniformados enfrente del líder

Un individuo, al lado de otro individuo, al lado de otro individuo, así una y otra vez, hasta llenar miles y miles de filas, y miles y miles de columnas, una sopa de letras donde todas las letras son la misma letra, pero con una organización escrupulosa, planeada al milímetro, con el espacio justo que hay que dejar entre cada fila y entre cada columna, justo el espacio necesario para que quepa un brazo extendido, escrupulosamente a su vez extendido, ocupando aproximadamente un metro, pero la medida no es aproximada porque es exacta, porque no se puede modificar y ay de quien la modifique, o de quien pretenda hacer alguna sugerencia sobre la distancia, sobre el cómputo de individuos, sobre la vestimenta de los individuos, sobre cualquier cosa que afecte a cualquier aspecto del ritual.

Como todas las épocas que se terminan

Hoy he decidido cambiar las tornas respecto a lo que hago todos los días, y se me ocurrió, que por una vez, y ya que el mar en el momento actual está un poco más lejos de lo que me gustaría, era una buena idea sentarse con el mar detrás, y sospecharlo, porque en ocasiones sospechar el mar es tan relajante y tan precioso como verlo en sí mismo, deducirlo del sonido de las gaviotas, los pájaros ésos que prácticamente solamente me gustan a mí, y a nadie más, que dan miedo pero no a mí, que emiten un sonido que para muchos es desagradable, y que para mí, es una maravillosa forma de despertarse temprano, cuando únicamente consigues escuchar el sonido armónico de cientos de gaviotas comenzando a pescar. Deducir que el mar está ahí, por la brisa que me toca los rizos de la nuca, y los mueve sin orden ni concierto pero con una suavidad con la que necesito que me muevan en este día tan complicado para mí, deducir que está el mar, más bien sentir que el mar está ahí, por el sonido de una caracola chocando violentamente contra mi cóclea, amándome a lo largo del conducto auditivo interno, y golpeando irreversiblemente mi cerebro hasta que no pueda sacarme el sonido irresistible de encima, ni quiera tan sólo.

lunes, 9 de mayo de 2016

Dos abuelos y dos sillas mirando al mar


Pasó el otro día, mientras paseaba. Fue casual, seguro que fue casual, o tal vez no, quién sabe, no fui capaz de preguntarles, no me atreví, me pudo la vergüenza. Recuerdo haber estado cansado, muy cansado, puede ser que por eso de no dormir, de mantenerme despierto no sé por qué oscura razón, por deformación profesional, por un interés fingido por algo que no me provoca el más mínimo movimiento dentro del alma, pero que finjo paso a paso querer retener dentro de mi memoria. No recuerdo claramente si había desayunado o no había desayunado, no soy muy habitual de los bares de desayuno, excepto en ciertas ocasiones en las que paso la mayor parte de la noche despierto, y ésa era el tipo de noche del día anterior, porque todas las noches tienen sus días, pero espero que algún día existan los días sin noches, o las noches, que sean únicamente noches (las noches aquéllas de mirar hacia el mar). En realidad, a manera de corolario, no me acuerdo cuáles eran las circunstancias, sólo me acuerdo de cómo era el color del cielo.

De oreja en oreja, faltando a mis vidas


Sentado al lado de un señor y de una señora que no conozco, y otras dos personas que posiblemente sí, pero que al final de todo no, al menos no como debería, ni como querría. Solamente oigo el sonido del teclado con el apretar de cada tecla, y de fondo otro chasquido muy rápido, como diecisiete veces por segundo, vez arriba vez abajo, la verdad es que importa más bien poco, entre los susurros de la incompetencia y de la ineptitud de a quien no le importa lo que pase a su alrededor, a quien no le importa nada, en el fondo.

martes, 3 de mayo de 2016

No volveremos a desayunar a la orilla de una playa ibicenca

De madrugada, hasta que no está a punto de amanecer, hasta que no he solucionado la pérdida del agua, y estoy cerca de volver a provocar otra crisis similar, hasta que no me azota el cansancio con sus manos hechas de garras de seda, hasta ahora no me había puesto a pensar, fingiendo que dormía, en todo lo que significa aquella noticia de no irme a una isla a vivir, no por nada y no por todo, pero sí por todo, y sin haber ido, sin siquiera haber ido a ver qué pasaba por aquella isla de apenas cien mil habitantes, ya echo de menos eso de vivir cerca del mar, ahora que estoy al borde de tener que irme de aquí, de dejar de oír las gaviotas que no quiero dejar de oír, a vivir en una habitación pequeña a compartir con miles de malas caras, cada vez peores caras de una vida que lo único para lo que permanece a veces, es para reprochar, y qué puedo hacer, si no puedo hacer nada, si no he movido un dedo en todo el tiempo que he estado deambulando por aquí, y sólo me asalto de improviso pensando que ya no desayunaremos a la orilla de cualquier mar, y me da pena, una pena terrible, por esto y por aquello, sobre todo por esto y más por aquello, lo del mar y lo de no volver a ser yo mismo si no me dejan, y de quedarme en la cuneta todas las veces que los demás puedan ir al CAD, aunque sea al miserable CAD, cada vez más abandonado y más desertado de un ejército al que nunca quise pertenecer, que no me representa como no me representa este país tan acérrimo de unas ideas en las que yo no creo, y quizás es la tristeza que habla por mí, porque de repente, triste como muchas otras veces, pero con una tristeza un poco más profunda, un poco más vital y un poco más muerta, tristeza honda como un pozo oscuro y negro con banda sonora de Steinway and sons.

jueves, 28 de abril de 2016

Bajo los soportales de la plaza, enfrente de aquel cenador, que no era un palacio de música

Tengo que reconocer que es un poco pronto de más para tomarme una cerveza, y es demasiado pronto en mi vida para tomarme una San Miguel, después de haber tomado tantas y malísimas Cruzcampo por el añorado Sur, pero me apetecía mucho después de estar bastante rato trabajando, o fingiendo que trabajaba, o estudiando, ya no diferencio demasiado esos términos tan elusivos para mí. Al principio el plan era tomarse únicamente un café, pero pronto el café decidió terminarse, más o menos a la vez que se terminó la canción de Coltrane, el amigo John, la que empieza siempre de la misma manera, pero la que siempre, absolutamente siempre, es diferente, y era inevitable cambiar de bebida si no quería caer en el abismo del nerviosismo. Así, que como he dejado de fumar de una vez por todas (y lo extraño como extraño un amante), empecé como acaba aquella novela sobre la Malena que nunca tuvo gracia, me dije a mí mismo ¡Qué coño!, y aquí estoy, dejando de trabajar con los restos de mi cerveza San Miguel, que nadie esperaría que en este sitio la vendiesen, pero el diablo llega a todas partes, y tiene las garras tan afiladas como largas, y me puse a pensar que hacía ya bastante tiempo desde que volví, que no había escrito nada. Y como he acechado a través del psoas lo suficiente, al menos como para calmar la vergüenza que supone no hacer nada durante los últimos días, no me pareció tan mala idea, ponerme a escribir, aquello que me gusta tanto, ponerme a escribiros a vosotros, a nadie que lea esto, entretenido mientras, aunque no veo el mar, no consigo aprehender el mar, miro de vez en cuando hacia el frente y observo los soportales que me protegen a veces de la lluvia, pero hoy del sol y del calor, y al fondo, desenfocado por el bokeh tan malentendido, ese cenador, palacio de música, llámalo como quieras, nunca lo llames, al que nunca me subí, al que nunca me subiré, al que tanto le gusta subirse a los niños pequeños, de esta plaza en la que desde siempre, desde que todo el mundo recuerda, se cumplió el sagrado ritual de las clases aristocráticas, del cambio de cromos con otros niños de pantalones cortos, de pelo remilgado, con la raya en un lado, como debe ser, el norte aristócrata que nunca iba a entrar en la crisis como entramos nosotros los campesinos del sur, pero que al final sí.

viernes, 22 de abril de 2016

Con un poco de acento andaluz

Es uno de los sitios más interesantes en los que me he sentado a trabajar, a escribir un rato, rodeado de peñas tan altas, no habitadas por casi nadie, pero envuelto por el aroma de todos los turistas, y la decepción, que no llueve, que no cae ni una gota en este sitio donde me prometieron que llovería más que en ningún otro. Alguien se marchó mientras a obrar, a una obra o a un obrador, y yo me quedé aquí tranquilo, escuchando el idioma francés y un poco de acento andaluz, de esa provincia a la que de vez en cuando me gusta volver, pero esta vez a un sitio diferente, más lejos, más perdido, tras pasar por algún lugar donde la montaña amenace con aplastarme, y el frío me atenace los huesos.

Detrás de mí, unos campesinos, ancianos, cansados, alcoholizados, me observan de vez en cuando fingiendo disimulo, pero lo noto, soy el idiota del primer mundo, alardeando de tecnología punta con una tableta de rico que se convierte en un ordenador portátil con teclado. No importa demasiado, porque estoy contento, estoy muy tranquilo y muy relajado justo ahora, y si levanto la cabeza por encima de la pantalla, puedo ver la puerta de la iglesia, cerrada como casi todas las puertas de casi todas las iglesias que he visitado en este viaje, y no pinta que vaya a abrir en un corto período de tiempo, imaginemos, el que voy a estar en este pueblo justo antes de moverme incluso un poco más al oeste, donde lucharon algún día contra los motores bajo los arcos, y tal vez las flechas, aunque no fueran demasiado habituales por aquel entonces la flechas, si no pretendías cazar nada.

Es una sensación un poco extraña, estar rodeado de tanto extranjero, pero vaya tontería haber pensado que sería el único de fuera en un pueblo que necesita toda la atención posible, todo el turismo que pueda recaudar, pero de vez en cuando perlas sin todas las letras, con un pizca de ceceo que lo haga más particular si cabe, y ya volvió del obrador, aseguraremos que me sea cada vez más difícil escribir.

Ya llevo un cierto tiempo dando vueltas por el sur, por mi Sur, dando tumbos con el coche, viendo iglesias, no viendo iglesias, escribiendo mucho menos a cada día que pasa, que parece mentira que en algún momento pudiese juntar tantas entradas del blog, y ahora no suficientes, nunca suficientes, hasta llegar a casi mil metros de altura, y todavía quedan montañas por encima, grandes, inmensas rocas amenazadoras e imponentes, vigilando desde arriba, protegiendo desde arriba como un Dios furioso y castigador, haz lo que te digo y líbrate de mi furia, no lo hagas y siente las consecuencias, es abrumador, sin contar siquiera con el frío del invierno.

El café se comienza a terminar, y deberíamos movernos para ver el pueblo y cambiar de lugar, pero todavía me quedan caracteres que rellenar, páginas que manchar con mis estupideces, con mis desvaríos sin sentido de frustrado y burdo esbozo de escritor, y quiero quedarme un poco más de tiempo, pero me gustaría más un poco más solo, un poco más aislado de lo que estoy ahora, no siempre tiene una persona las necesidades cubiertas, y eso que yo las tengo todas. Una señora borracha me mira fijamente, a mí, a otra, a mi tableta, mientras bebe vino con fruición, a apenas las once y media de la mañana, y charla en un francés muy fluido, aunque uno de los de su grupo, bien podría ser chino, o mezcla de alguna colonia mucho tiempo ha olvidada, porque esa expresión realmente da la impresión de ser algo muy antiguo, muy realmente olvidado.

Me he comido un dulce con almendra, que al parecer es típico de esta sierra (aunque he visto muy pocos almendros por los alrededores), y no puedo decir que me haya gustado demasiado; aún así, no queda, el dulce se terminó, como se ha terminado el café, como el chino-francés que agita un fajo de billetes enfrente de la cara rosácea de una señora, que bebe vino con fruición, y si Pat Morita fuese realmente nacido en Okinawa, si tuviese un premio a la mejor interpretación, y si el otro Miyagi no hubiese tenido una hemorragia subdural, y no diese tanto miedo seguir haciendo deporte, cuando en el fondo da un poco igual, y nada te salva de la muerte, cuando la muerte te quiere acechar, cuando la parca tiene ganas de hablar contigo, charlar y jugar al ajedrez, a una partida que sabe no puede perder.

Durante este rato que escribo una entrada de mi blog, no podré hacer fotografías, incluso sabiendo que cuando las selecciones, muchas de ellas no serán mías, serán de otro, de otra, y serán fotografías diferentes, y habré perdido otra de las cosas que me hacen ser yo mismo, las malas fotografías de histograma derecheado que no consigo hacer con exactitud, y me doy cuenta del error de continuar aprendiendo, tan lentamente que no valgo para ello.

Justo delante de mí, una iglesia al abrigo de las rocas. Justo detrás de mí, los tres ancianos de acento muy cerrado, de boinas compradas en la misma tienda, de bastones andrajosos, cayados o gayaos como dirían algunos por mi tierra (que también está lejos de aquí, demasiado lejos, incluso por alusiones), y justo sobre mí, el cielo que poco a poco se va oscureciendo, no creo que llueva, pero si llueve, estaré aquí para verlo, aunque no para escribirlo.




sábado, 16 de abril de 2016

Una mujer que mira de reojo cuál es su próxima parada

Permanezco agarrado a un poste amarillo de metal, un poste amarillo de metal que se bifurca en varios postes amarillos de más metal, mientras me balanceo como movido por las olas del mar a bordo de un barco, pero no estoy dentro ni encima de un barco, y ni estoy cerca del mar, ni estoy cerca de la superficie, estoy enterrado, a más de dos metros bajo tierra, tanto más de dos metros bajo tierra, en mi tumba compartida por miles de personas, miles de almas que viajan en este ataúd a mi lado, absortos en sus pensamientos, enganchados a sus propios postes de metal amarillos, lanzados por los aires y tirados por los suelos, abandonados a sus suertes, sin más objetivo que seguir avanzando, hacia atrás más que hacía delante, parada tras parada, y cuidado con el hueco entre coche y andén.

viernes, 15 de abril de 2016

Malditos mamelucos

El plan era sentarme aquí a hablar sobre dos viejos, dos sillas, y compartir unos momentos mirando al mar. Pero realmente no estoy ni remotamente cerca del mar, no me acuerdo desde este sitio de qué color es ese gran azul, que muchas veces es verde, que otras finge ser turquesa por eso de que los mares de El Caribe tienen que ser de color turquesa, y otras veces es casi de un negro insondable, como las veces ésas últimamente en que me gusta acercarme al mar, a ver nada, a no advertir los reflejos, porque ya no los hay, a ver simplemente un agujero negro, muy negro y muy perpetuo, cuando al sol ya le ha dado miedo la luna, y salió corriendo a esconderse de sí mismo, a aparecer por otro lado, que esté muy lejos y al que no podré ir, al menos no hoy, al menos no mañana, con mala suerte dentro de mucho.

Craso error

Después de tardar una hora o más en venir, ya prácticamente no quiero acordarme, no quiero pensarlo durante muchos momentos más, no me han recibido. Caluroso apretón de manos, mínima atención, que no tengo del todo claro si simulada o no, y vuelva usted mañana muy a lo Mariano José de Larra. No me esperaba menos de mi epopeya griega durante las vacaciones, la verdad es que no, pero en el fondo, sí que me esperaba al menos un porcentaje de éxito que no rozase lo ridículo. Que es básicamente lo que ha pasado cuando he llegado, a todos y cada uno de los lados, y me jode, me jode muchísimo, y no lo puedo evitar.

jueves, 14 de abril de 2016

El olor de un bisturí eléctrico

Es bien extraño que me atraiga precisamente ese olor. Bueno, en realidad no conozco a demasiados seres humanos que pasen suficiente tiempo en un quirófano como para darme su opinión sobre eso, y tengo también que reconocer, que a día de hoy, no me importa lo más mínimo.

Todos esos seres vivos esperando cualquier tren

Me encontré de repente, sin ningún aviso por parte de nadie, increíblemente rodeado de gente. Cientos de personas, si no miles, me miran sin verme, me vigilan sin percatarse de mi presencia, sin notar quién es el hombre gordo de la barba que en cambio sí que les mira, que sí que les vigila, que sí se imagina qué será de sus vidas, dónde pasarán las noches, a quién amarán y a quién habrán dejado de amar en algún otro momento, e imagina miles de vidas diferentes mucho más interesantes que la realidad, que si le contasen, no creería, no querría.

jueves, 25 de febrero de 2016

Ha muerto Douglas Slocombe

Pudiera parecer que no, pero la muerte de un señor desconocido para mí es un drama insuperable.
No fue hoy, no fue ni siquiera hace unos pocos días, primero lo tuve que ir asimilando poco a poco. Quizás alguien conozca al bueno de Douglas, que seguro se merece que alguien lo recuerde, por eso del sombrero y el látigo que nunca se vieron tan bien después, a la luz de unas velas, estáticos y perdidos en templos malditos sin lograrse revelar.